LOS PELENDONES
 

 

PELENDÓN DE CANICOSA DE LA SIERRA (BURGOS)

 

"Los Pelendones eran, según Ptolomeo, los habitantes que ocupaban el valle alto de los ríos Duero y Arlanza hasta las peñas de Cervera en los siglos precedentes a la llegada de los romanos. Su tierra era conocida como PELENDONIA.

 

Tres eran su principales ciudades: Savia, Visontium y Augustobriga.

Fueron los pelendones un pueblo de ascendencia Celta. Habitaron en elevaciones amuralladas denominadas Castros. Bravos guerreros y hombres de honor según los romanos.

 

Una vez al mes, con la luna llena, bailaban al rededor de una gran hoguera y tomaban Caelia (cerveza)..."

 

(Del programa del I Día Celtíbero de Salas de Los Infantes, organizado por CAS, 6 de agosto de 2005)

 

 

 

 

 

Adscritos a la Gran Nación Celtíbera, los Pelendones forman un grupo étnico con características peculiares respecto a Titos, Belos, Arévacos y Lusones, y forman junto a ellos la esencia estrictamente celtíbera de la antigua Iberia.

 

 

 

VIDEORESUMEN

 

Existen ciertas controversias sobre el carácter de la invasión celta del territorio de Iberia, también sobre las características de los pueblos que conformaron Celtiberia, sus expansiones territoriales, sus contactos y épocas diferenciadas en las que se produjeron.

 

Los estudios especializados parecen coincidir en que la presencia celta en la Península fue producto de una invasión de los pueblos de Centroeuropa, de forma prolongada en el tiempo a través de consecutivas oleadas. Sin embargo, existen pareceres encontrados en torno a sus momentos, intensidad y duración. Algunos autores defienden que la primera se produjo hacia el siglo XIII-XII A.C.

 

Sin determinar con exactitud el número (se han diferenciado más de cinco), ni  los momentos precisos de estas, se describen dos grandes movimientos de integración territorial. El primero se habría producido hacia el siglo IX-VIII A.C., bajo la llamada Cultura Hallstática, o de "campos de urnas", y un segundo aporte en torno al VI-V A.C., con características culturales de La Tène, aunque hay autores que señalan que esta aportación cultural fue escasa debido a cierto aislamiento de los celtas peninsulares con relación a los del resto de Europa. De cualquier forma, los recién llegados respondían a un origen geográfico común, y a unas características culturales y lingüísticas similares, subdivididos en múltiples ramas y tribus. A este grupo étnico los conocemos como "keltoi", "gálatas", o "celtas".

 

Los PELENDONES (también nombrados como Cerindones en algunos textos) llegaron, de acuerdo con esto, hacia el siglo VIII-VII A.C., con el primer gran movimiento y se instalan en las zonas norteñas del Sistema Ibérico precedidos por los beribraces (o bebriaces en la Galia, quizás emparentados) que lo harían desde el Levante hasta el límite con la Meseta.

 

Procedentes al parecer de la zona belga (o Bajo Rhin), eran un pueblo eminentemente ganadero, en menor medida agrícola, con un gran conocimiento sobre la metalurgia, especialmente del bronce, pues la elaboración y el trabajo del hierro era incipiente en este momento y se desarrollaría plenamente hacia el s.IV A.C. Son notables armeros y duchos en el arte de la guerra que marcaba, como en el resto de los que luego serían denominados celtíberos, su idiosincrasia de autoprotección y defensa.

 

Se asentaron especialmente en lugares elevados desde donde dominaban con la vista pastos y valles. Regidos por un consejo de ancianos y una estructura de clanes familiares, estos asentamientos se sitúan a corta distancia entre sí dominando un territorio comunal. Acostumbran al rito de la incineración, depositando las cenizas del difunto en vasijas de arcilla (o urnas). Otros de sus ritos son el culto a las "cabezas cortadas" y la exposición de sus guerreros muertos a las aves. Aunque su estructura es patriarcal (consejo de ancianos, jerarquía guerrera), las mujeres desarrollan un papel fundamental, al menos, en igualdad con los hombres: reciben herencias, eligen a sus esposos, son alfareras, tejedoras, comparten las labores del ganado y, si es preciso, guerrean.

 

En España se inscriben dentro de la llamada Cultura de los Castros sorianos, lugares parcialmente protegidos a los que se añadían defensas artificiales como murallas, y series de "piedras hincadas" que dificultaban las agresiones desde los accesos más débiles. A este tipo de construcción se la considera característica de este pueblo. Su muralla, que puede alcanzar los cuatro o cinco metros de altura, es única y está construida adaptándose al terreno con una cara interior y otra exterior de piedras más o menos regulares, rellenándose el espacio entre ellas de piedras más pequeñas y de tierra. En algunos casos se rematan con torreones y estructuras de madera. Dentro de su demarcación, pueden coincidir viviendas de tipo circular y rectangular, o casas adosadas a la muralla, o entre sí, formando espacios centrales o plazas. Están construidas a partir de un pequeño muro de unos cincuenta centímetros, sin cimentar, sobre el que se edifica una estructura de adobe y madera, para concluir en un tejado vegetal impermeable que filtra el humo de la hoguera. En estas viviendas se distinguen generalmente tres espacios, separados por tabiques de tablas o ramajes. En el centro se sitúa la estancia-cocina-dormitorio, espacio de la vida familiar, alrededor del hogar. Más allá, está la despensa donde  se guardan los alimentos en grandes tinajas de barro sobre altillos. El espacio con más luz es la entrada, y en él se realizan las labores diarias, como el tejido en telares verticales o la molienda.

 

Su cerámica, hecha a mano, mantiene algunas reminiscencias excisas y campaniformes, lo que ha hecho pensar a algunos en la teoría del "ida y vuelta" de la cerámica peninsular en relación con la europea. Se realiza a partir de una base de arcilla a la que se le van añadiendo "cordadas" sucesivas, dándole forma y cociéndose después al aire libre entre las cenizas vegetales. Llevan distintos acabados en cuanto a su uso, como las vasijas de cocina en las que se incluyen arena y minerales para soportar los cambios bruscos de temperatura. Algún tiempo después conocerían el uso del torno. Los ejemplares son generalmente lisos y sin adornos, aunque también aparecen con incrustaciones del propio barro y, en los decorados, con estilizaciones de animales y símbolos solares, o característicos semicírculos concéntricos  y espirales.

 

Como portadores de la cultura celta, poseían su propias deidades a las que adoraban desde lugares naturales destinados para ello, pues no se registran templos.  Su mitología está inspirada en la naturaleza: el sol, la luna, el agua, árboles y animales. Estrabón nos habla de una "deidad innominada", a la que rinden culto las noches de luna llena, "danzando a las puertas de sus casas". Se identifica con la propia luna. Otras deidades están emparentadas con la cultura gala, o la irlandesa. La deidad LUG (sol, luz) sería la más importante de acuerdo a su concepción religiosa, una especie de Júpiter en los romanos (estos lo asimilaron a Mercurio). Sobre él no faltan referencias etimológicas y toponímicas en el noroeste peninsular, incluidas las ermitas de Santa Lucía. Son representativos: Cernunnos (bosque, caza, ciervo), Epona (difuntos, caballo), Ayron (profundidades, agua), Las Matres, en número de tres manteniendo la triplicidad céltica (fecundidad, tierra nutricia, agua), o animales de culto como el toro, el caballo, de mal fario como el cuervo, o sagrado como el buitre que subía al cielo el alma de los muertos en combate. Los pelendones se describen como adoradores, en especial, del dios Belenos (Belen de los galos), del que  se desprendería su denominación "Belen" = belendones = pelendones. Es el culto al fuego, a las tormentas. A través de él se purifican hombres y animales. Aún pervive en el subconsciente colectivo en diferentes manifestaciones tradicionales. Boch Gimpera y Taracena coinciden en que los "Belendi", mencionados por Plinio y asentados en la región francesa de Aquitania, serían los antecedentes directos de la rama que cruzó los Pirineos Atlánticos.

 

Los pelendones participan de las características de los "celtas de Iberia", cuya principal cualidad es la fusión o intercambio cultural -hasta sanguíneo, según autores- con los pobladores indígenas y la ya asentada civilización ibera, con la particularidad de que, dada su ubicación y su dedicación ganadera, se situaban en el centro de las líneas que comunicaban el Este y Oeste peninsular y, especialmente, en las rutas de la trashumancia.

 

Son, según Estrabón “el tipo auténtico del guerrero: resistente, pugnaz, superior al hambre y la fatiga, amantes de su libertad, insensibles al calor o al frío. En ciertas épocas del año se alimentan de bellotas, secándola y moliéndola. Fabrican bebida de cebada y, mientras beben, bailan al son de la gaita y la flauta. Todos visten de negro, con ásperas capas de lana. Trenzan en sus piernas bandas de pelo y se cubren con cascos broncíneos. Usan espadas de doble filo y puñales de una cuarta para el combate. Son ganaderos y pastores y, pese a su fiereza, se muestran hospitalarios con los extranjeros, así como inmisericordes con los criminales y parricidas”.

 

Respecto al concepto de "celtiberos" se distinguen -como indica F. Burillo- tres visiones: "celtas iberizados", "iberos celtizados", o "fusión de celtas e iberos", lo que da idea de una esencia compartida, étnica, cultural y socialmente bien definida, aunque aún por matizar en su emulsión circunstancial y delimitaciones territoriales concretas. Algunos autores avalan la idea de que los celtíberos son verdaderos celtas en territorio ibero en contacto puntual con técnicas, usos y costumbres de los habitantes indígenas. Por otra parte, Blas Taracena asume, justificándola en sus propias investigaciones, la cita de Diodoro ( s.I A.C. ) :

 

"Estos dos pueblos, iberos y celtas, en otro tiempo habían peleado entre sí por causa del territorio; pero hecha la paz, habitaron en  común la misma tierra; después, por medio de matrimonios mixtos, se estableció la afinidad entre ellos y por esto recibieron un nombre común". Historia Universal, V, 33, 38

 

O como Apiano (s.I D.C.):

 

"Los invasores celtas se mezclaron con los iberos",

 

O como escribe Marcial en uno de sus epígramas:

 

Gloria de nuestra Hispania, Liciano,

cuyo nombre enaltecen los celtíberos,

¿Por qué me llamas hermano a mí,

que desciendo de celtas y de iberos

y soy ciudadano del Tajo?"

 

Marcial (n. Bilbilis), Epígramas (c. 98 D.C.)

 

Los celtíberos entran en la historia de la mano de los cronistas del Imperio Romano que, con líneas difusas y a veces contradictorias, describen las peculiaridades de un pueblo con carisma propio, basado en grupos tribales o familiares y organizados en forma de ciudades-estado, que ganan su consideración a través de la enconada resistencia a la imparable maquinaria romana que tropieza una y otra vez con su espíritu independiente y su aguerrido sentido de la libertad. Son valorados como hábiles jinetes, arrojados guerrilleros, entregados mercenarios, y por su armamento. Los romanos acaban por imitar sus espadas (gladius hispaniensis) y cobran sus impuestos en "sagums", o capas con capucha que incorporan a la indumentaria de sus ejércitos.

 

Pero no son estos, con su carácter indómito y particular, quienes violan una y otra vez los tratados de paz, lo que lleva al enfrentamiento reiterado. Las guerras celtíberas marcan la historia mundial de tal forma que, como ejemplo, el calendario que hasta entonces regía la vida civilizada, se altera para que las celebraciones del comienzo del año oficial en Roma -en el mes de marzo- no retrasara la llegada a Celtiberia de las legiones romanas en primavera. Por esta razón el calendario llamado "occidental" comienza en enero. En Numancia, ciudad pelendona o arévaca según quién la mencione -pero sin duda el corazón latente de Celtiberia-, está la clave del antes y el después del mundo celtíbero y, consecuentemente, del pelendón.

 

Los pelendones fueron adscritos al convento de Clunia dentro de la provincia romana Tarraconense, formando junto a los arévacos la "Celtiberia Ulterior". En muchos casos fueron obligados a descender de las alturas, reedificándose sus poblados a la manera romana, y bajo su vigilancia. Aún tardarían más de un siglo desde la caída de Numancia en empezar a ser reconocidos como ciudadanos romanos de derecho.

 

Siglos más tarde, los visigodos acabarían de latinizar y cristianizar este territorio, despareciendo por completo su lengua y sus deidades. Quedan vestigios -especialmente en construcciones religiosas- que nos muestran la asunción del estatus gótico. Por contra, la invasión árabe apenas deja huellas en sus poblaciones y en su cultura. La Reconquista llega pronto a estas tierras donde, en línea con el Duero, se establece una frontera geográfica, aunque sean relativamente frecuentes escaramuzas y saqueos como el que arrasa la ciudad de Lara en una campaña de Almanzor.

 

La consolidación del Condado de Castilla da un nuevo sentido a la dimensión social de los pelendones. Desde el Alfoz de Lara, cuna de Fernán González, se ven empujados a continuar con la reconquista y a la repoblación de los nuevos territorios. Su aportación en materias primas es muy significativa para la salud económica del nuevo reino. Y lo es más con la unificación de la España Moderna en la que el fenómeno de la carretería -continuidad también del legado céltico- es vital para la cohesión y el intercambio entre las diversas regiones peninsulares. De esta manera y, salvadas epidemias y guerras civiles, llegan a la época contemporánea sin grandes penurias, bien administrados sus recursos naturales, bosques y rebaños.

 

Pero los nuevos medios de transporte acaban con la carretería. La lana, el ganado, e incluso la madera, decrecen en importancia, y la industrialización, polarizada en otras comunidades por los sucesivos gobiernos centralistas, les deja en cierta forma huérfanos de nuevos recursos, produciéndose en los últimos años una creciente corriente migratoria que lleva a los jóvenes, y menos jóvenes, a desenvolverse en otras zonas geográficas, motivándose con ello un progresivo envejecimiento de la población. Muchos pelendones nacen lejos de su tierra.

 

Sin embargo se puede asegurar que hoy, descendientes de aquellos hombres y mujeres de la montaña, de la luna y el fuego, del sagum y la caetra, del toro y el caballo, de la madera y el hierro, de la "Caelia" y la bellota, de la "gladius hispaniensis" y de la hoz, desean extraer de la penumbra de la historia la memoria de este pueblo, y trabajar para que el futuro esté en línea con la trayectoria y los valores de estas gentes aguerridas, emprendedoras, y amantes de sus tradiciones desde los tiempos de sus ancestros.