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AUTOBIOGRAFÍA DEL RÍO ARLANZA

 

 Fr. Valentín de la Cruz  O. C. D.

 

Los tres Ayuntamientos acuden solemnes con sus cruces y pendones. Hay un rito severo de saludo, el paseo de la Virgen, la función religiosa y durante el día la paz y bullicio de una romería en la pradera y bajo los pinos.     

Revenga fue en otros tiempos un poblado del que descubrirás tristes vestigios que hoy llaman de La Cerca. Próximo a la ermita se muestra el antiquísimo cementerio, que nos habla de ritos funerarios diversos a los vuestros. Hubo una época en que estos cuatro pueblos fueron dominio de la Abadía de San Pedro de mi nombre. El 23 de agosto de1213, Alfonso VIII permuta estas villas y otras varias por determinadas propiedades que la Abadía poseía cercanas a Burgos y que el Monarca endosa a su Hospital, junto a las Huelgas Reales. Cada lugar sigue luego su camino y Revenga, al despoblarse, pasa a ser, comunero de los otros tres, que ejercen su mandato por rotación anual.

Regumiel (derivación de mi afluente el Zumel) y Canicosa son dos lugares amables, llenos de rumores pinariegos, de tipismo y de danzas. Yo encuentro un inefabIe sabor en la canción de las mozas de Canicosa a su Virgen del Carrascal:

 

« ¡Ay que sí, que sí!

¡Ay que no, que no!

Casadita sí, pero moza no,

Pero moza no, pero moza no;

¡Ay que sí, que sí!

¡Ay que no, que no!...»

 

 

AI abandonar Quintanar de la Sierra y la ancha hospitalidad de su gentes, condición que se percibe a poco de llegar allí, yo me encuentro con los chopos. Yo no seria un río castellano si no me escoltara con chopos. El chopo es el cirial del río. Los ríos galantes, briosos e hidalgos, gustamos de platicar de amores con la luna, si nuestras madres las nubes lo consienten. Yo fabrico remansos, donde semejo un cofre de plata quieta, para recoger el oro de la luna en las noches claras. Y me gusta alumbrar la palabra con chopos como éstos, sobre todo cuando en otoño ellos también se visten de dorada melancolía y dejan caer cual gotas de cera, sus arrugadas hojas, produciendo un leve temblor en mis aguas y en los bordes de la luna reflejada en mí.

 

No muy lejos de la serrería de Disontillas concluye el término de Quintanar y se abre para mi cauce el de Vilviestre del Pinar. Son sotos rumorosos donde canto coplas bucólicas en el viejo molino de Cesáreo Condado y allí donde han instalado el campamento «Amigos siempre». Las gentes de Vilviestre animan estas praderías y, cuando no vienen, oigo la música de sus bailes en el pueblo. El puente de piedra en la carretera a Vilviestre, que aquí cerca se desgaja de la de Salas a Neila, es todo un centro de recuerdos para mí.

 

Esta puente se planificó en la época romana dentro de la tupida red vial que Roma estableció para agilidad de sus legiones y servicio de los pueblos sometidos. La carretera que de Osma se alargaba hasta Nájera se dividía en Salas, naciendo un ramal hacia Numancia, siguiendo a la inversa el camino de mis aguas. Por esta parte se internaba hacia Canicosa.  Esta fue una vía gloriosa. Por ella trotaron los caballos de Alfonso I y Alfonso III persiguiendo a los árabes; por ella, tristemente engañados se perdieron un día los Infantes de Lara. Por aquí apuñalaron a Castilla Abderramán y Almanzor... Por aquí pasó un día el Cid, camino de su destierro...

 

«Otro día de mañana se resuelve a cabalgar,

saliéndose va del reino el Campeador leal…»

 

Era un caudillo nervudo y de barbas luengas. Su mirada de guerra fulminaba las rocas y los pinos. Marchaba en silencio su mesnada, agobiada por las leyes arbitrarias y tajantes de Alfonso VI. Pero en Canicosa hubo alegría. El pueblo de Canicosa desoyó las severas instrucciones del Rey y acogió con cariño a Don Rodrigo, a sus hombres y caballos. De Canicosa, dejando a la izquierda a San Esteban, como señala el Poema, el Cid apareció en Atienza.

 

Vilviestre es un pueblo retirado que, antaño, lo fue mucho más. Hace 150 años Vilviestre se perdía en el pinar. Pero aquí hallaron su mérito los buenos patriotas que luchaban contra los invasores franceses. Mucho tengo que referirte de aquellas jornadas, pero ya que hemos llegado a esta puente te diré mi perfecto recuerdo del paso de la Junta Provincial de Defensa, camino de Vilviestre, como lugar seguro para su labor patriótica. Eran hombres de rostro sereno y decidido. Los vi pasar y los vi volver altivos, aunque prisioneros del Intruso, que en el Arco de Santa María de Burgos puedes leer una lápida que recuerda el ahorcamiento que algunos inflingieron. ¡Loor a ellos...!

Bajo esta puente he contado pasos de guerrilleros. Hombres magníficos, duros como granitos y blandos como niños. Yo los vi llorar y recogí sus lágrimas al comentar las desgracias de la Patria española... Eran labriegos de la meseta y vaqueros de la serranía. Aguantaban el frío, el hambre y las represalias de los franceses. Cuando calmaban su sed en mí, yo me sentía patriota. Los mandaba Merino, Don Jerónimo Merino y Cob, el de las calumnias y de los romances. El cura de Villoviado chapoteó mil veces en mis aguas. Don Jerónimo cabalgaba siempre con un caballo de refresco a la vera del que él montaba. Yo nunca le vi dormir, ni descansar, ni comer ni beber... Era acero puro, pedernal sin mezcla, roble sin grietas.

 

Aunque poco tiempo, también por esta orilla vivaquearon los franceses. Thiebault, francés de buen sentido, gobernador de Burgos por Napoleón,  envió a sus dragones y mercenarios polacos, pero, aparte de abusar de las mozas de la serranía, no alcanzaron éxitos que justificaran su presencia.

 

Vilviestre, cuyo significado tiene seguramente semejanza  con «Bella Vista», sin duda por la maravillosa que se goza desde su iglesia, es un lugar con nobles casonas, ornadas de escudos entre las que destaca la de Ruy Velázquez el desdichado esposo de Doña Lambra, la mujer perversa instigadora de la tragedia de los Siete In­fantes de Lara. Vilviestre, en 1838, puede contaros la sorpresa de Don Jerónimo ante la presencia y acometividad del coronel isabelino Hoyos. El Cura de Villoviado hubo de adentrarse aún más en la espesura, perdiendo hombres y material. Fue uno de sus escasos contratiempos que no doblegó el temperamento de robledal del héroe. De Vilviestre, por veredas de chopos y robledales, festoneados de pinos, alargo mi recorrido hasta Palacios de la Sierra.